
Cada casa, cada hogar tiene vida propia. Cuenta con un corazón que late con fuerza, intensamente, y que sólo hay que saber localizar. En cada una es distinto y se ubica en un lugar u otro, pero está. Siempre está. Y marca el ritmo de quienes viven en ese espacio. Esta idea, que trato de transmitir siempre que puedo en el blog, la he encontrado recogida fabulosamente en el libro que acabo de empezar a leer: «Cosas que ya no existen» de Cristina Fernández Cubas. No es un libro de decoración ni de interiorismo, ni su autora una experta en la materia (sí en cambio de las letras y la pluma), pero leyendo los párrafos que hoy quiero compartir con vosotros os daréis cuenta de que sabe mucho más del tema de lo que posiblemente ella misma pueda imaginar. Seguid leyendo y a ver qué opináis…
«En realidad, en aquellos tiempos, casi todos los objetos tenían vida. Las casas respiraban también -de ahí la necesidad de ventanas, azoteas y balcones-, y en un lugar secreto, o por lo menos no siempre conocido, se encontraba el corazón. Todas las viviendas tenían corazón, aunque muchas veces sus habitantes no se dieran cuenta. El de la nuestra era fácil de detectar. A la vista estaba. En la escalera. Exactamente en el primer descansillo. El gran reloj de pie y sus inconfundibles latidos.
Desde muy pequeña […] atribuí a aquel reloj descomunal un poder de control sobre nuestras vidas. El tictac, desde su puesto privilegiado, se colaba por habitaciones y pasillos. A veces vencía el tic -un paso hacia delante-. Otras ganaba el tac. A menudo parecía como si dos piernas invisibles se hubieran entregado a una caminata inútil. El terreno conquistado era inmediatamente abandonado; el sendero emprendido, desandado. No siempre latía a la misma velocidad, ni el péndulo, en sus idas y venidas, obecedía a un mismo ritmo. Se aceleraba o dilataba».
¿Qué os parece? Yo creo que mejor explicado, imposible. Es una metáfora estupenda para entender lo mucho que nuestra casa pinta en nuestra vida. Lo mucho que la condiciona y determina. Hoy me quedo con este otro ejemplo de una reflexión en la que tanto me gusta insistir. Y con cada uno de los corazones, por supuesto, de estos espacios distintos. ¿Dónde diríais que laten escondidos?…
Si a lo largo del libro encuentro otra cita que me guste prometo compartirla con vosotros.
17 septiembre, 2013
Énola
¡Qué bonito Bea! Me han entrado ganas de leerme el libro. Y los rincones que has elegido son perfectos.
Besos
17 septiembre, 2013
Bea Atienza
Muchas gracias Laura! Te recomiendo que lo leas, a mi me está gustando mucho.
Un besoooo!
21 septiembre, 2013
Silena
Cierto, por eso creo que la casa de los propios padres es la que más cuesta desprenderse, pues aunque no se viva en ella durante muchos años siempre que vas sientes el «latir especial».
22 septiembre, 2013
Bea Atienza
Totalmente de acuerdo. Te ofrece esa sensación de infancia y protección y eso, queda grabado muy dentro.
Un beso.