Arcilla modelada y endurecida al horno. Eso es la terracota, un material longevo como ningún otro y que, desde sus orígenes, además de utilizarse para la creación de esculturas o estatuillas, ha estado estrechamente ligado al sector de la arquitectura y la decoración. A día de hoy lo seguimos encontrando, no sólo en elementos y utensilios como vajillas o jarrones, si no también en paramentos estructurales de edificios o viviendas como, por ejemplo, en suelos. De hecho, esta última es una de sus aplicaciones más habituales. Los suelos de terracota, con los que hoy nos inspiramos, me resultan muy evocadores. Su acabado artesano y las múltiples opciones de forma que admite, además de la diversidad de esmaltados que puede recibir, hacen que este material sea bastante camaleónico.

Es verdad que la terracota cocida resulta permeable a los líquidos, pero un pulido de su superficie antes de la cocción puede disminuir su porosidad y una capa de esmalte posterior puede hacer que sea impermeable. Durante el proceso de cocción, es su contenido de hierro reaccionando con el oxígeno, la que ofrece al material un color rojizo, aunque también puede presentar tonos que van desde el naranja, hasta el amarillo, beige, rosa, gris o marrón.

Normalmente, en decoración e interiorismo, solemos ver los suelos de terracota en viviendas de estilo rústico, provenzal, bohemio o mediterráneo. A mi me encantan, sobre todo, en formato hexagonal o en estilo espiga. Y cuanto más poroso y tirando a la gama del rosado o beige, aún más.

Y a vosotros, ¿os resultan inspiradores los suelos de terracota?

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